Atacan hospital de MSF en la capital de Afganistán

ROMA, 13 de mayo (NNN-AGENCIAS) — La violencia ciega volvió a sacudir a un Afganistán donde, ataque tras ataque, la paz parece un logro imposible de alcanzar.
    
La imagen símbolo de esa violencia fue la de un militar en traje camuflado y chaleco antibalas, que llevaba en brazos y a salvo a un recién nacido envuelto en una sábana blanca manchada de sangre.
    
No se sabe si el bebé estaba o no herido, pero no disminuye el impacto por el ataque contra la maternidad de un hospital de Kabul, gestionado por Médicos sin Fronteras (MSF), en el que murieron dos recién nacidos y otras 14 personas, entre madres y enfermeras.
    
A esta violencia se suma la del atentado suicida contra un funeral en Nangarhar, con 24 muertos, que provocó la respuesta inmediata del presidente Ashraf Ghani: el mandatario ordenó reanudar la ofensiva contra los talibanes y todos los demás grupos rebeldes, con el Estado Islámico a la cabeza, que reivindicó la masacre en el hospital.
    
Eran las 10.00 de esta mañana cuando en Dasht-e-Barchi, en uno de los hospitales más concurridos de la capital afgana, un comando de terroristas armados disfrazados de policías lanzó una bomba en la entrada y luego ingresó disparando en cada habitación, sobre pequeños recién nacidos, sus madres, enfermeras y parientes.
    
Hubo decenas de heridos: un centenar al menos fueron socorridos, entre ellos tres extranjeros, por las fuerzas de seguridad afganas.
    
“Los disparos están entre los primeros sonidos que oyeron estos recién nacidos en su primer día de vida”, observó con amargura en un tuit Shaharzad Akbar, presidente de la Comisión Independiente para los Derechos Humanos de Afganistán “Dieciséis mujeres y niños fueron martirizados y otros 16 civiles fueron heridos en el bárbaro ataque terrorista de hoy”, anunció Feroz Bashiri, director del departamento de Información del gobierno.
    
“Maldad”, definió el ataque Médicos sin Fronteras, que gestiona la maternidad del hospital, “única estructura para partos de emergencia y con complicaciones en un barrio donde vive más de un millón de personas”.
    
Con el hospital aún en medio del caos llegó la noticia de un segundo ataque: esta vez un terrorista suicida, que se hizo estallar entre la multitud que participaba en el funeral de un comandante de policía en la provincia oriental de Nangarhar, no muy lejos de Jalalabad. Fueron al menos 24 los muertos y 68 los heridos, aunque se teme que puedan ser más todavía.
    
Los talibanes indicaron que no tienen nada que ver con los ataques, en tanto el Estado Islámico reivindicó la masacre en el hospital. Y si la reivindicación es verosímil, porque la estructura se encuentra en un barrio de Kabul oeste habitado por la minoría chiíta hazara, varias veces puesta en la mira por la rama afgana del Estado Islámico, la autoría de la masacre en el funeral sigue siendo dudosa.
    
El Estado Islámico perdió mucho de su fuerza en el área de Nangarhar tras la ofensiva de las fuerzas de Kabul, de las norteamericanas y de los propios talibanes. Estos últimos, en el acuerdo firmado en febrero con Estados Unidos, se comprometieron a no atacar ni a las fuerzas norteamericanas ni a las de la OTAN, pero no a las afganas.
    
Y mientras el representante europeo de Política Exterior, Josep Borrell, habló de “actos malvados”, que “muestran un nivel espantoso de inhumanidad” y desde la OTAN llega la firme condena de los ataques contra “civiles inocentes”, el presidente Ashraf Ghani dio la única respuesta posible a la nueva prueba de fuerza.
    
“Ordené a las fuerzas de seguridad que pongan fin a su enfoque de fuerza activa, que vuelvan al enfoque ofensivo y retomen las operaciones contra el enemigo”.
— NNN-AGENCIAS

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