ABUYA, 11 de marzo (NNN-AGENCIAS) — La secta extremista nigeriana Boko Haram volvió a mancharse de sangre civil en tres localidades del norteño estado de Kaduna, donde asesinó a unos 50 ciudadanos el primer fin de semana de marzo.
Aunque Jamatahl as-Sunnah lid-Dawahwal-Jihd (Boko Haram) redujo su accionar tras las operaciones de envergadura ejecutadas por el Ejército, esos ataques abrieron la interrogante si esa secta nunca perdió su capacidad militar y sanó sus fisuras.
Si bien en 2019 se difundieron informaciones que esperanzaron a la opinión pública acerca de la disminución de la actividad terrorista en el norte nigeriano, la realidad impuso el criterio de que el enfrentamiento al flagelo requería más velocidad para materializar la promesa oficial de erradicar el problema.
Por momentos, Abubakar Shekau se percibía como un jefe acosado por las fuerzas de seguridad y de pronto retornaba a las notas de prensa ya fuera diciendo que estaba vivo o anunciando la realización de un nuevo ataque o la masacre de civiles en alguna aldea.
Desde inicios de 2020 se observa un reforzamiento logístico y de su armamento, cuando pocos meses antes se hacía referencia a que ese grupo armado se dedicaba a colectar víveres, pues la población a la cual amenazaba ya no le aportaba suministros y en ocasiones formaron milicias comunales para enfrentarlo.
En un ataque perpetrado el 4 de marzo contra un puesto militar en Borno, los extremistas utilizaron armas de grueso calibre, como ametralladoras pesadas y granadas propulsadas por cohetes, difundieron medios de prensa sobre la agresión, lo cual refuerza la idea de un rebrote de la secta.
Cuatro días antes se reportaron los asaltos de ese grupo fundamentalista a tres localidades en el estado de Kaduna, que causaron medio centenar de muertos entre ellos niños y ancianos, según reseñó el periódico Vanguard, lo cual reedita la norma de conducta de Boko Haram.
Esa secta terrorista acomete violentas agresiones armadas en la región septentrional de Nigeria y extendió sus acciones a otros Estados de la cuenca del lago Chad, pese a que enfrentan a esa facción fuerzas compuestas por efectivos de al menos cuatro países de esa subregión africana.
Estadísticas oficiales precisaron que en la última década las operaciones del grupo extremista en territorio nigeriano causaron más de 36 mil muertos, a la vez que desplazaron a alrededor de dos millones de ciudadanos, lo cual muestra sustanciales incrementos en ambos grupos de víctimas.
Empero, la formación terrorista no es homogénea, está dividida: una facción comandada por Abubakar Shekau, y otra subordinada a Abú Abdulá ibn Umar al Barnaui que opera en la zona del lago Chad, pero las propuestas de ambos grupos responden a un propósito, la intensificación del terror.
Pero la violencia contra la población civil nigeriana no es exclusiva de Boko Haram, ya que se incorporó a la lista un integrante con objetivos mucho más radicales, el Estado Islámico de África Occidental (Isawap).
A principios de febrero el Isawap enseñó lo que es capaz de hacer, cuando asesinó a una treintena de personas y secuestró a mujeres y niños en una carretera del nordeste de Nigeria. Muchas víctimas eran viajeros a quienes quemaron vivos mientras dormían en sus vehículos.
El escenario de la masacre fue una zona en el camino en el poblado de Auno, a sólo 25 kilómetros de la capital estadual de Borno, Maiduguri, donde la mayoría de los pasajeros se detuvo ante una barricada que el ejército nigeriano levanta al caer la noche en cumplimiento del toque de queda.
La barrera se emplea para bloquear la carretera e impedir la circulación de vehículos con presuntos terroristas, pero en esta ocasión los resultados fueron contrarios a lo que las autoridades se propusieron.
Según resúmenes de prensa, los atacantes llegaron por sorpresa en carros con artillería pesada y dispararon contra los conductores que descansaban en sus automóviles y camiones, así como incendiaron varios transportes; en esa acción secuestraron a mujeres y niños.
Es propio de la actuación de los grupos extremistas armados montar falsos puntos de control; se hacen pasar por militares y visten como tal con el fin de detener los vehículos, secuestrar o asesinar a los pasajeros y desvalijar los cargamentos que trasladan camiones y otros transportes.
Paralelo a las acciones de los grupos extremistas, en Nigeria ocurren enfrentamientos entre agricultores y pastores por la explotación de la tierra que desde 2016 causaron alrededor de tres mil 700 muertos, una situación que intensifica las contradicciones también entre musulmanes y cristianos.
Las pugnas entre las comunidades tienen una base fundamentalmente económica, toda vez que el uso y la propiedad de la tierra constituyen elementos de supervivencia en ese gigante, el más poblado del continente, pero afectado por significativos niveles de pobreza.
Tales eventos sangrientos preocupan a la opinión pública continental, toda vez que África es un mosaico de concepciones ideológicas y de confesiones, y cualquier fricción se transforma en peligro para la estabilidad no solo de un país determinado, como es el caso nigeriano, sino que arriesga la seguridad regional.
— NNN-AGENCIAS
Por Julio Morejón